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El piso número 8

Dormía, después de un largo viaje había llegado a mi destino. El piso número 8, ubicado antes del final del pasillo, donde pernoctaría por tiempo indefinido. Apresuradamente subí las escaleras, buscaba mi habitación. Abrí la puerta, al cruzar, inmediatamente cerré; un cristo grapado de un brazo se encontraba detrás. Atrajo mi atención debido a que estaba inclinado hacia mi derecha y sin la cruz. Frente a mí, ventanas sin sentir calor, un piso opaco sin limpiar, una cama cubierta con sabanas empolvadas. Aromas de un viejo lugar donde historias de más de seis lustros, fantasmas quizás, se habían ocultado entre la lobreguez de aquellas paredes. El ruido incesante del abrir y cerrar de aquel viejo ropero, me hacía huir de aquel profundo sueño después de guardar mi ropa.

Aquella primera noche el calor del verano sofocaba los sentidos. Vientos alisios que se colaban por las ventanas aminoraban la temperatura del aposento. Era necesario el ducharse para combatir al enemigo. Al regresar a la cama comenzaba una nueva batalla con el brillo de la luna que se asomaba por la ventana, la cual estaba desnuda, sin objeto alguno que impidiera el jugueteo con mi rostro de sus deslumbrantes destellos. Una almohada vieja era el escudo perfecto que me ayudaría a repeler los embates de su intenso brillo y así conciliar el sueño. 

Al paso del tiempo comprendería que aquella habitación tenía una forma muy singular de comunicarse conmigo, un refugio necesario para alimentar el alma. Transcurrirían las horas en un sueño profundo. Era de mañana, observaba por la ventana como el viento mecía cuatro enormes palmeras que se encontraban a un costado de la entrada del edificio. 

Infinidad de lugares rellenos de concreto y ladrillos. No observaba sitios verdes, ni árboles frondosos, algún arroyo donde pudiese ver el agua correr en mi andar no existía. Solo mezclas perfectas para aumentar la temperatura. La transpiración hacía estragos en mi cuerpo. 

Cuando retornaba, un efluvio matizado; flores de cuatro estaciones, antiguos rosarios, cenizas de incienso conquistaban mis sentidos al caminar por el sendero. Acaso estaba soñando –pensaba. Se movilizan los engranes de mi máquina del tiempo. Me embarcaba en un recorrido de emociones que me llevaría directo a una puerta, al final de la travesía se detuvo. Comencé a tocar, la alborada era testigo, invadía un espacio no conocido. Ante mi insistencia, se abrió. Entré sigilosamente a un templo sin ser invitado. Al cruzar, una silueta se encontraba sentada en un sillón, el aroma percibido aumentaba, el brillo de sus ojos me dominaba. No tengas miedo –me dijo. Todavía siento tu perfume como aquel último día en que mis ojos te vieron partir –suspiraba. Muchas veces en mis sueños has regresado, te quedas conmigo hasta el amanecer, hasta que tengo que despertar sin querer hacerlo –decía. 

Algo atravesaba mi cuerpo, el calor de su mirada, de sus palabras. Te he visto llegar –me dijo. Mil vidas recorrí para encontrarte. Sentía que podía abrazarle. Al hacerlo, comenzó a desaparecer el entorno, uno a uno los objetos dejaban de existir. Sus brazos rodeaban mi cuerpo, lograba acariciar el olor de su pelo. De pronto, un fulminante estruendo destruía aquella escena. Caí al vacío. Ensordecidos mis sentidos y ante su mirada atónita al verme caer, lograba leer en sus labios que decían mi nombre entre gritos de silencio. Un fuerte golpe en el techo me despertó provocando el caer de mi cama con una pregunta en mi mente. ¿Existes?


México
Por: WilyHache ®
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