Aferrarse, puede ser el término. Debido a que los seres en el planeta se aferran a vivir, a luchar, a combatir diariamente por obtener algo que los haga sentir mejor o les otorgue la satisfacción plena en su corta o larga estancia sobre este orbe.
Algunos, que no cuentan con la salud suficiente, se encuentran limitados en algún sentido o la situación desfavorable les agobia. Buscan las respuestas ante un ser supremo. Piden con vehemencia, casi al borde de la locura un poco más de vida, una oportunidad más. El sanar las cicatrices a pesar de que la herida fue provocada por sí mismo. En la necesidad de sobrevivir, piden segundos, minutos para no extinguirse, sabedores de que sus actos son la causa de su probable deceso. Aun así, en medio de la aflicción, la súplica por una segunda oportunidad aumenta exponencialmente.
Todos podemos cambiar, sin embargo, el esquema que nos plantea la vida en el círculo social donde nos desarrollamos es un impulsor predominante, más no determinante, en la formación adecuada o maltrecha que impacta directamente en nuestras decisiones.
Puede ser la familia más humilde, con los problemas más graves que la sociedad detesta e ignora, pero también un hijo sin recursos logrará hacer la diferencia en un círculo social adverso. La resiliencia lo hará superar los obstáculos. Así mismo, existe el patrón conductual que te arrojará a ser una copia fiel y exacta de todo aquello que perturba el ser.
La falta de atención, la necesidad de sentirse protegido, amado y el observar siempre que la negatividad inunda la cocina, el patio, la cama. Hará que el patrón se repita. Un niño puede sufrir muchas carencias, pero siempre la inocencia le estampara con la realidad y lo hará crecer chueco o derecho como la rama de aquel árbol cerca del río.
Soy un irreverente que ante el ocaso decide plasmar sus letras. No somos seres perfectos, pero si somos perfectibles. En ese sentido tenemos que aprender a escuchar. El grapar una hoja tiene su perfectibilidad así como armar cajas de cartón o el despegar una a una las tortillas antes de colocarlas en el mantel.
He buscado incansablemente un lugar donde reposar, han pasado años en un sitio donde pensaba era el oasis que todo ser busca dentro de sí. Aferrarse quizás sea la expresión, pero creo que lo que muere al decir ya no, no es la carne, sino el alma que se desquebraja poco a poco.
En realidad ¿existirá ese hilo rojo que tanto mencionan? ¿La reencarnación en otras vidas sucede? Es como ser el alma en pena buscando su par vida tras vida. Patrañas de un melancólico de domingo por la tarde que suplica a los cúmulos un poco de lluvia. Esperando mil respuestas y a cambio solo un suspiro sin ruego. Por más que busco volar, el piso detiene el impulso, me sujeta.
Me he detenido a reflexionar.
Cuando comencé a escribir tenía doce años e imaginaba como crecerían los arboles cuando apenas eran unas plantas. Con la ilusión de ver a aquellos gigantes luchar con el viento, contaba sus hojas sentado a la orilla de un río. Y ahí me preguntó mis deseos cuando fuese grande y la respuesta mirando al cielo. Quiero ser escritor –contesté. Estás loco –me respondió.
Conviví con adicciones, con pandillas, con maltrato, con gente no grata que destrozaba las vidas, y logre salir de ese entorno. Me resistí a ser como ellos. ¿Qué me movía? ¿El alma y mis sentimientos? ¿Mis ganas de salir adelante?
El corazón es la respuesta. Cuando uno se enamora, todo cambia. Te destroza o te hace feliz al mismo tiempo. Te sube y te deja caer a mil por hora, quedando embarrado en el piso sin saber que volverás a empezar en otro lugar quizás. La mezcla agridulce te convierte en un ser mutante.
Si me preguntas ¿por qué tengo una profesión? te contestaría la respuesta más lógica; porque deseaba ser alguien en la vida. Esa es la respuesta rápida, la que la sociedad quiere escuchar.
La verdad es que solo uno, que ha caminado descalzo lastimándose los pies con cada piedra, conoce cual fue motivo que provoco la decisión de ser alguien en la vida.
En silencio te digo, que a mí, el que me hayan destrozado el corazón me hizo tomar decisiones, algunas buenas y otras no tanto. Construí mi jaula, con grandes barrotes de acero, uno a uno los fui colocando, para encerrar al monstruo que permanece en la oscuridad.
Hoy, no sé si he actuado correctamente. Pero, puedo asegurar que miedo siempre lo he tenido, me ha acompañado fielmente en todas mis aventuras. Lo tengo en este instante que escribo.
Posiblemente existan otros mundos, universos, escenarios. De lo que sí estoy seguro es que he aprendido a observar las señales, en cada una me he detenido y he vivido cada una de ellas. Sin embargo la falta de entendimiento de algunas, ha provocado el corregir el camino e inclusive caídas sin sentir el vacío donde el golpe ha sido muy duro.
Aprendí a conocer el alma de las personas, y ha sido doloroso, pero he logrado cruzar las tinieblas. En ocasiones como el faro, solo pocas veces como barco. La mayoría escuchando y sujetando la mano. Jamás he soltado la mano, posiblemente pensando en no dejar caer. Pero, después desde otra perspectiva, analice la posibilidad de ser yo a quien en la ilusión de ayudar era mi mano la que apresaban para no dejarme caer en el averno.
Quizás la falta de cariño, las múltiples necesidades me hagan aferrarme al amor por algo. Desprenderse de lo que amas es difícil, en la inversa, la distancia puede unir no importa las barreras que se interpongan. Cualquier frase inventada por la sociedad es basura. La realidad es que duele mucho. Y más cuando reconoces que al obstinarte con las historias de reencarnaciones, de otras vidas después de la muerte te hacen pensar que realmente encontraste el alma de la persona que amas con la que ya conviviste en alguna vez. Y ¿cómo te das cuenta? Con un beso, con la mirada, con el aroma. Eso cuenta la leyenda urbana ¿Te ha sucedido?
La diversidad es infinita en cada historia escrita. Así sucedió hoy, es el contexto de donde surgen tragedias sin los Montesco, la exigencia de los detalles sin los nueve planetas, las bancas, los árboles, la lluvia. El calor terrible bajo la sombra que te hace jadear. En la habitación, en la cocina, en la barra, en la calle, entre arbustos, en el coche, en el río, en la oficina, en el baño, en una casa abandonada, entre la oscuridad con el abanico frente al rostro. En cualquier condición se dará la reflexión. Y jamás cabrá en el corazón, pues es muy grande.
Por: Wily Hache®
11 de junio de 2019
16:27
Mexico
#elpisonumero8
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